
La fascinación por este ejemplar de roedor machetero se convierte en una oportunidad para preservar su especie y, al mismo tiempo, educar a los visitantes en prácticas responsables.

Cientos de turistas llegan a La Merced, ubicada en la provincia de Chanchamayo, Junín, en busca de conexión con la naturaleza. A unos metros de la comunidad asháninka de Pampa Michi, es parada obligatoria del tour el centro de conservación “El Reino del Machetero”. Según el titular del recinto, Eduardo Jorge Valverde, allí vivió Pepe Lucho, el roedor de la especie machetero más popular del lugar.
Mediante prácticas ambientales, económicas, institucionales y sociales, el centro de rescate, certificado por el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR), resguarda 16 ejemplares de macheteros (Dinomys branickii), que representan el segundo roedor más grande de Sudamérica.
Asimismo, se encuentran especímenes propios de la zona, como mishashos, cuptes, dos loros y una aurora, la cual cuenta con un solo ojo y carece de dos dedos. Eduardo Jorge describe al lugar como “pequeño y limpio”, enfatizando las medidas de cuidado con los animales a su cargo.
Walter Jorge, padre de Eduardo, obtuvo la custodia de Pepe Lucho luego de ser rescatado de unos pobladores de Pampa Michi que lo tenían en pésimo estado. La admiración por el animal lo motivó a construir un hogar para los macheteros, quienes llegaban al centro tras ser incautados por el SERFOR.
Lamentablemente, Walter falleció en la pandemia, unos años después de Pepe Lucho, lo que resultó en que Eduardo asumiera el control de El Reino del Machetero. “Para mí, es el trabajo de mi padre que tengo que continuarlo, lograr cosas que quizás él no ha podido y ayudar justamente a esta especie (…), prácticamente seríamos los únicos en Perú que la alberga”, sostiene Eduardo.

Desde un enfoque del turismo sostenible, Rocío del Carmen Lombardi, magíster en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante (España), considera a esta actividad como un constructor de identidad cultural de las comunidades anfitrionas y que, además, diversifica el desarrollo económico local.
Producto del centro de conservación, los habitantes de la zona han adquirido mayor conocimiento sobre los macheteros y, como respuesta, están protegiendo a las especies endémicas de la región. Incluso, la apropiación de la imagen del animal se expande a otros negocios. “Mientras la minería genera un puesto de trabajo, el turismo está generando siete”, asevera Lombardi.
Resguardar, salvar, proteger y enseñar son parte de la logística de El Reino del Machetero. Más allá de un selfie o una publicidad verde, los trabajadores de Eduardo buscan educar y sensibilizar con conciencia a los turistas.
Lombardi resaltó la importancia de la educación ambiental, que conlleva a la construcción de ciudadanía: “Si alguien es capaz de entender la importancia de un árbol como el shihuahuaco en la Amazonía, va a ser un adulto que no va a comprar un departamento con parquet de shihuahuaco”. La vocación para comunicar y realizar prácticas acordes a la conservación del medio ambiente es replicada con los macheteros.

El centro de conservación está próximo a liberar, por primera vez, a dos de sus macheteros: un macho y una cría, los cuales se han mantenido en cautiverio para que conserven los rasgos salvajes. “Gracias a la afluencia de visitantes en semanas festivas de este año se ha podido gestionar esta iniciativa”, comenta emocionado Eduardo.
Actualmente, se hallan realizando el control sanitario, muestras de heces, la fabricación de una jaula para el traslado y otros lineamientos establecidos por el SERFOR. Este es el legado de Pepe Lucho, emprendido por Walter y hecho realidad por Eduardo.
Sin embargo, la experiencia de El Reino del Machetero revela también los retos que enfrenta el Perú en la consolidación de un modelo responsable de turismo. Mientras Machu Picchu, una de las siete maravillas del mundo, atraviesa una crisis por la sobrecarga de visitantes, la limitada gestión de recursos y los conflictos sociales asociados a su administración, iniciativas locales como este centro muestran un camino alternativo: promover la visita y el encuentro cultural sin comprometer el patrimonio natural.
Dada la situación en Cusco, Lombardi afirma que se requieren mesas de trabajo que involucren a las diversas áreas que componen al turismo: gastronomía, artesanía, alojamiento, transporte, entre otros. La implementación de este sistema es uno de abajo hacia arriba acompañado de asistencia técnica.
Es decir, los residentes que tienen sus propios negocios se apropian de la agenda turística del gobierno, el cual acompaña y los orienta en el desempeño adecuado de esta actividad, en lugar de promover servicios forasteros. De esta manera, el lugar transmite el mismo mensaje y asume responsabilidades que beneficien a todos. Un turismo no solo enfocado en lo sostenible, sino también en lo solidario. “Yo creo que el turismo es esa actividad que puede hacer que abracemos nuestras diferencias”, concluye Lombardi.
