
En los últimos años, el cine peruano ha demostrado que la historia también puede llenar salas. Lejos quedó la idea de que el público sólo respondía a comedias; hoy, las películas basadas en hechos reales se han convertido en verdaderos fenómenos de taquilla.
Esto no solo se explica en el interés natural del espectador por conocer o revisitar episodios emblemáticos del país, sino por la forma en la que los cineastas han logrado transformar acontecimientos políticos, sociales o culturales en relatos emotivos, accesibles y visualmente atractivos.
Uno de los primeros títulos que marcó este cambio fue La Última Tarde (2016), un drama íntimo que aborda las cicatrices dejadas por el terrorismo a través de la conversación entre una expareja. Aunque su puesta en escena es sencilla, su carga emocional y su reflexión sobre la reconciliación la convirtieron en una de las producciones más comentadas de su año.
A esta tendencia se sumó La Hora Final (2017), una reconstrucción intensa de la captura de Abimael Guzmán vista desde dentro del GEIN. Su enfoque policial, tensión constante y la mirada humana sobre la operación despertaron un interés masivo y abrieron un nuevo espacio para hablar de memoria y justicia en el cine peruano.
A partir de allí, el público comenzó a demostrar que sí estaba dispuesto a ver historias ancladas en momentos difíciles del país.
Poco después llegó La Pasión de Javier (2019), que llevó a la pantalla la vida del poeta Javier Heraud. Su tono poético y su aproximación a una figura joven, idealista y trágica resonaron especialmente entre nuevas generaciones, logrando un alcance que superó las expectativas de una biografía nacional.
El fenómeno más reciente ha sido Chavín de Huántar: El rescate del siglo (2025), centrada en la operación militar que liberó a los rehenes de la residencia japonesa en 1997. Su recreación minuciosa, el ritmo de suspenso y su apuesta por mostrar tanto la estrategia como el lado humano de los comandos y rehenes impulsaron a miles de espectadores a las salas.
En pocas semanas se convirtió en uno de los estrenos más exitosos del año, confirmando el interés del público por revisitar episodios que marcaron al país.
El éxito de estas producciones responde a diversos factores que se complementan. Por un lado, la conexión emocional: las historias reales activan recuerdos colectivos y nos permiten reflexionar sobre lo que hemos vivido como sociedad. Por otro, la mejora técnica y narrativa del cine peruano, que hoy ofrece recreaciones más sólidas, un ritmo más dinámico y un lenguaje más atractivo para el público masivo.
Existe un fuerte deseo de identidad: los espectadores quieren verse representados en pantalla, reconocer sus historias, entender su pasado y sentirse parte de algo más grande. Con estos títulos como referencia, el futuro del cine histórico peruano luce prometedor.
Cada vez más productoras apuestan por biografías, conflictos sociales y momentos decisivos del país. El desafío será mantener un equilibrio entre rigor histórico, sensibilidad narrativa e inversión suficiente para competir en una cartelera global
