
Tras el éxito de la película bélica “1917”, Sam Mendes vuelve a la pantalla grande con su nuevo largometraje, “El imperio de la luz” (Empire of Light). En esta oportunidad, Mendes escribió el guión y dirigió un film sumamente íntimo.
Ambientado a inicios de la década de 1980, “El imperio de la luz” narra la monótona vida de Hillary Small, una solitaria mujer de más de 40 años que trabaja en el cine “Empire” y que toma medicamentos de litio cada mañana.
Un día, Hillary tiene que enseñarle el oficio a Stephen Murray, un joven afrodescendiente que aspira a estudiar arquitectura y es el nuevo empleado del cine. Ambos comienzan a enamorarse cuando tienen encuentros furtivos en la azotea del “Empire”. Sin embargo, sus problemas personales darán pistas de la relación que afrontarán.
Uno de los grandes aciertos de esta película es la forma como maneja el drama romántico. Esta trama central puede conmover al espectador al observar cómo germina, florece y se marchita el amor de los protagonistas.
Además, no solo se queda en el guión, sino que destaca el apartado técnico que refuerza y profundiza en cada una de las escenas el vínculo que se construye entre los personajes.

Sin embargo, el talón de Aquiles de esta película es su ambición por abarcar otros tópicos personales y sociales que no llegan a concretarse ni convencer del todo en sus dos horas de duración. Estas subtramas distraen la atención del eje principal de la película, lo que puede llegar a confundir al espectador en ciertos puntos de la narración.
Por ejemplo, el pasado trágico de Hillary causó su inestabilidad emocional y mental, lo que le impidió conseguir un trabajo y entablar amistades. No fue hasta consumir sus medicamentos de litio que pudo sentirse mejor, aunque viviendo una vida solitaria, monótona y triste.
Al mismo tiempo, otra de las subtramas es el racismo de la sociedad inglesa hacia las personas afrodescendientes. Stephen tiene que lidiar con las miradas hostigantes de desconocidos, así como con la violencia de grupos radicales como los skinheads.
La película también encuentra un espacio para revelar la pasión de Stephen por el mecanismo de proyección de las películas y sus aspiraciones de ser aceptado en una universidad de Londres para estudiar arquitectura. Por otro lado, Hillary no sabe qué rumbo tomar en su vida, lo que le causa una constante angustia y soledad que la lleva a refugiarse en su trabajo y sus adictivos medicamentos.
Estas subtramas son las aristas de una película que promete mucho más de lo que ofrece al final porque la misma complejidad de estas no son adecuadamente exploradas. A pesar de esas falencias, la actuación de Olivia Colman es fabulosa y la química que construye con Michael Ward, quien dio vida a Stephen Murray, se siente durante todo el largometraje.
Aunque el potencial del guión fue limitado, en la parte técnica no hay decepciones. Al igual que en “1917”, “El imperio de la luz” destaca por su dirección de fotografía a manos de Roger Deakins, ganador del premio Óscar en esa categoría en dos ocasiones.

El excepcional manejo de los movimientos de cámara y de los planos fijos que se proponen dentro del limitado espacio del “Empire” crean la continuidad y originalidad que se aprovecha en el interior y exterior del cine.
Los demás escenarios resaltan por la manera como acompañan los sentimientos de los protagonistas. En varios de estos lugares, el espacio y la iluminación tienen un rol principal muy notorio cuando Hillary o Stephen expresan sus sentimientos.
La iluminación es una experiencia de contraste entre colores cálidos y fríos que engancha de principio a fin. Del tono lúgubre de la costa sureña de Inglaterra a los espacios fuertemente iluminados y coloridos del “Empire”: esa es la magia que la película propone.
El apartado técnico ayuda a que las diferentes aristas de la película se sobrelleven adecuadamente y no se sienta tan saturada en las partes más densas y lentas. Incluso, llegan a ser más impactantes que los diálogos en algunas escenas.

En el 2022 se estrenaron dos películas que dedicaron la mayor parte de sus tramas a mostrar el amor por el cine y todo lo que conlleva a crear, producir y proyectar un film. Hablamos de “Babylon” y “Los Fabelman”. “El imperio de la luz” se une a estas cintas que le dan importancia al “hacer y vivir por y para el cine”, gracias al personaje de Stephen.
Esta es una apuesta muy arriesgada y original que toma en cuenta la tolerancia hacia las personas con problemas de salud mental como Hillary. Además, ilustra cómo son observadas bajo el ojo poco empático de la sociedad. También es loable la crítica que se proyecta con el personaje de Stephen, cuyo sufrimiento por el racismo en Inglaterra es un reflejo de lo que sucede aún en nuestros días.
A pesar de estos puntos, las dos horas quedaron cortas para los temas tan interesantes que abordó. Aún así, es una película disfrutable que engancha desde el inicio y que paulatinamente muestra cada arista de una realidad compleja y atractiva enmarcada en el amor al por el séptimo arte.
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