Qué decir sobre esta novela que no se haya dicho. No son pocos los artículos y reseñas sobre esta apasionante historia que tiene más de cuarenta años y que no deja indiferentes a los lectores. Esta reseña no es más que la impresión de otro lector que disfrutó plenamente de su lectura. La guerra del fin del mundo es la primera novela de Vargas Llosa que sucede fuera del Perú, la cual escribió inspirado por la lectura del libro Os Sertoes (Los Sertones) de Euclides da Cunha sobre los acontecimientos bélicos sucedidos a finales del siglo XIX en Canudos, Brasil.
Esto le generó la imperiosa necesidad intelectual por conocer todo lo posible sobre aquella guerra y escribir una novela al respecto, con elementos de ficción. ¿Hasta dónde puede llegar la fe de un grupo de personas desesperanzadas, hartas de la pobreza y la injusticia por parte de un régimen político que no satisface sus ideales y que rechaza su manera de vivir? Esta interrogante es el eje central de La guerra del fin del mundo (1981).
La mayor parte de la historia sucede en el Estado de Bahía, una zona prácticamente abandonada por el Estado y que fue el campo de cultivo para la aparición del fanatismo religioso que entró en conflicto con el Ejército brasileño. Se trataba de un grupo de fanáticos encabezado por Antonio “El Consejero”, predicador espiritual acusado de tratar de liderar un levantamiento monárquico, quien deambulaba por los sertones de Brasil, junto a sus seguidores, para practicar ritos de tradición cristiana, mientras demandaba el apoyo y sustento de las comunidades, afirmando ser un profeta.
Pronto, sus predicaciones y promesas de una vida mejor atrajeron a miles de nuevos residentes a Canudos, en el estado de Bahía, donde decidió asentar su culto de personas que en su mayoría eran rechazadas por el mundo: delincuentes, violadores, enfermos, todos esperanzados en poder cambiar sus vidas, totalmente abocados a la fe en la figura mesiánica de “El Consejero”. Estos llegaban a olvidarse de las preocupaciones del cuerpo, de la economía, de la vida inmediata, de todo aquello que era primordial en el orden que defendía el partido Republicano. Es preciso citar aquí a uno de los personajes más apasionantes de la historia, Galileo Gall: “algo distinto a la razón ordenaba las cosas, los hombres, el tiempo, la muerte algo que sería injusto llamar locura y demasiado general llamar fe, superstición”.
Los personajes resultan unos más apasionantes que otros.Por ejemplo, Galileo Gall, uno de los personajes centrales en el flujo ideológico del contexto. Este frenólogo escocés, de pensamiento revolucionario, termina exiliado en Brasil. Hay en él una fuerte pasión por lograr un cambio social, que radica en su gran odio a la infelicidad que padecen tantos hombres, y que impulsan su voluntad de contribuir de algún modo a que aquello cambie.
Se encuentra fuertemente identificado con lo que a sus oídos llega sobre Antonio Consejero y su fiel séquito. Pero, a diferencia de ellos, Galileo Gall viene de la academia, es un hombre instruido y dedicado a la frenología, que en su país tuvo acceso a textos que moldearon sus ideales. Los seguidores del Consejero parecen sentir lo mismo que él, pero de manera visceral, sin necesidad de haber abierto un libro más que la Biblia y sin otra autoridad en quien confiar que el Consejero.
Galileo Gall no entiende cómo puede existir un carácter así, tan natural, producto de la fe y no de influencias intelectuales. Además, todo en medio de un ambiente caótico y desordenado. Nuestro personaje se pregunta, comparando ambas formas de vida, si acaso es mejor tener previsión del futuro como él o si quizá pueda ser mejor vivir bajo la improvisación continua, como los habitantes de Canudos; si es preferible formar la capacidad para organizar con método la vida o si se puede vivir una existencia socavada por el desorden y la confusión.
El León de Natuba y El periodista miope (que parece ser Euclides Da Cunha convertido en un gracioso personaje) son otros dos personajes inolvidables. El primero, un muchacho jorobado que acompañaba al Consejero y que nació con malformaciones físicas que le dieron el apodo de León; y el segundo, un periodista extremadamente alérgico, miope y frágil que iba en comisión junto a una escuadra de soldados republicanos en la guerra contra los fanáticos.
Al encontrarse los dos, el periodista miope repara en el enorme parecido que existe entre ambos: seres excluidos por la sociedad, poco valorados en su lugar de origen, con interés intelectual y apariencia caricaturesca. El encuentro entre estos dos personajes tan parecidos y a la vez distintos entre sí es narrado con maestría, y es una de las maneras en que nuestro novelista nos dice que, a pesar de sus diferencias materiales, los seres humanos mostramos impulsos similares -desde la fe apasionada hasta el deseo de justicia o el poder-, lo que revela una humanidad compartida en medio de las divisiones sociales. Otros personajes como El Beatito, Jurema y La madre de todos los hombres también son desarrollados profundamente y tan solo la lectura del libro puede hacer justicia a sus propias historias.
Escrita por un narrador con cinco novelas y varios cuentos en su haber, el estilo de esta novela vira hacia uno más clásico y épico, relatando conflictos armados de manera extensa y recurrente, y profundizando en la psique de sus personajes. A diferencia de novelas como Conversación en La Catedral o La ciudad y los perros, la narración en La guerra del fin del mundo es bastante lineal, los saltos temporales son pocos y la descripción espacial es extensa. A diferencia de las novelas mencionadas, en donde Vargas Llosa pone énfasis en utilizar técnicas narrativas complejas como el uso de flashbacks, perspectivas diferentes en un solo párrafo y diálogos entrecruzados, en esta historia mantiene un tono serio, que a veces resulta denso, con un ritmo pausado que intercala con la reflexión sobre temas universales tales como el fanatismo, la justicia y el poder.
En lo personal, las escenas de batalla me significaron un reto, pues soy un lector inexperimentado en novelas de aventuras y mucho menos de caballería Sin embargo, considero que se trata de una novela perfectamente urdida. La intuitiva pluma de Vargas Llosa nos hace sentir la polvareda de los sertones invadiendo nuestro rostro. Nos hace transitar, entre combatientes escondidos y cadáveres de animales, esos parajes desérticos llenos de muerte. “Ese sórdido paraíso de espiritualidad y miseria” en palabras de Galileo Gall.
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