
El pasado 21 de abril, a primeras horas de la mañana, como un acto divino de cierre por la Semana Santa, Jorge Mario Bergoglio dejó este mundo tras sufrir complicaciones de salud recurrentes, poniendo fin a un mandato lleno de cambios trascendentales y dejando consigo un legado histórico como uno de los papas más revolucionarios de los últimos tiempos.

Un carisma sin igual, un espíritu abnegado y una humildad pura constituyen el legado moral y espiritual del papa Francisco, pues estas virtudes, más allá de ser parte del perfil exigido a la máxima autoridad de la Iglesia Católica, eran una clara señal de su gran calidad humana.
Bergoglio revolucionó el concepto popular del catolicismo al postular una serie de ideas liberales que fomentaban la aceptación de nuevos adeptos que antes eran estigmatizados por diferentes características, en contraposición a las ideas de los sectores más tradicionales y conservadores de la religión, motivo por el cual fue acusado a menudo de “progresista”. Pero esta postura liberal respondía, en esencia, a un sentido básico de la religión cristiana: el hecho de amar y aceptar al prójimo tal como lo haríamos con nosotros mismos.

Precisamente, la búsqueda de este sentido primario del catolicismo es uno de los aspectos más presentes en la memoria colectiva sobre su legado. El cumplimiento de esta misión de vida en la sociedad es compleja, pues esta última suele atribuir pensamientos e ideologías a personas con cargos relevantes de poder.
En ese contexto, Francisco rompió este estigma de encasillarse con el fin de complacer a las masas y ofrecer un sentido mucho más cercano a la religión, enfocándose en sus virtudes y luchando constantemente con las diversas problemáticas que enfrentaba la religión católica.
Con un sentido humilde y comprensible, ofreció una nueva visión de la religión católica, con una visión más abierta y conciliadora hacia los lugares de la sociedad con los cuales no había tenido contacto previo.
Una espiritualidad latente fue siempre imagen de esperanza y confianza en varios contextos convulsos que marcaron el camino de la sociedad de la época en que le tocó vivir: pandemias, guerras y una debacle social de la religión católica donde le tocó ser uno de los principales señalados.

Su partida terrenal es el epílogo de una bella historia que no se suele contar por esta parte del mundo, una historia de humildad y pasión cristiana que, sin duda, deja una valla alta para el próximo sumo pontífice. Francisco fue el ejemplo de una cara de la religión pocas veces explorada, pero que en esta ocasión nos demostró lo bien que se pueden hacer las cosas cuando se deja el egoísmo de lado.
Aquel lunes luctuoso de su defunción tuvo un color azul en el cielo que, conforme pasó el tiempo, se fue transformando en un celeste cálido y fraternal que nos recuerda que ahora, desde allá arriba, estará cuidándonos, pues ahora está en el cielo aquel ángel que tuvimos en la Tierra.
