
Eran las siete de la noche del doce de marzo y el centro de convenciones Festiva recibía a los primeros asistentes que se congregaban frente al escenario para lo que fue la presentación gratuita – con aforo limitado -de la banda estadounidense de punk Bikini Kill.
Dos artistas peruanas abrieron el concierto: La Chinoise (DJ) y Las Ratapunks (banda cajamarquina de punk). Hubo fanáticos con polos de bandas alternativas como Sonic Youth o Aviador Dro, hasta quienes vestían atuendos vintage y llamativos.
La antesala comenzó con menos de la mitad de la capacidad del centro con la entrada de La Chinoise, quien se ubicó frente a su consola e hizo bailar a los asistentes intercalando discos de vinilo en tiempo real y gracias a una selección de canciones precisa generó un ambiente de expectativa y emoción totalmente acorde con el espíritu punk que se vivió horas más tarde.
Luego subieron al escenario Las Ratapunks, grupo que desplegó toda su energía con canciones frenéticas que se seguían una detrás de otra, casi sin pausas. Aunque sus letras a veces resultaban difíciles de comprender, el espíritu antisistema afloró entre el público y su actuación sirvió como un preludio anímico para recibir a Bikini Kill.

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Vale la pena recordar la importancia de esta poco conocida banda de punk en el mainstream musical nacida en los años noventa. Dicha época juntó a varios grupos de mujeres interesadas en expresarse en un colectivo conocido como Riot Grrrl, movimiento feminista surgido en la escena musical underground de Estados Unidos caracterizado por su enfoque en la igualdad de género, la autoexpresión, la autogestión, la lucha contra el sexismo y la violencia hacia las mujeres.
Bajo este contexto, en pleno apogeo del rock alternativo y con letras de empoderamiento femenino en su haber, Bikini Kill se consolidó como una banda emblema de la reivindicación de la autonomía y la expresión artística femenina con canciones de máximo tres minutos que se enfocan en la energía que la música frenética puede producir antes que bellas melodías, música bailable y letras de amor.
Una banda de culto, dirían algunos, concepción que no se aleja mucho de la realidad, pues no son un grupo que pertenezca al mainstream o que produzca material nuevo. Coincidentemente, la banda de punk llamada Blink-182 también tocó esa noche en el estadio de San Marcos junto a The Offspring y 6 voltios, todas ellas se han ganado un lugar en el público masivo debido a lo accesible de sus canciones.
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La multitud estalló de emoción al ver a las cuatro chicas entrar y saludar, iban vestidas cada una de manera auténtica. Su consigna «Girls to the front» resonaba en el aire, lo que recuerda la importancia de permitir que las mujeres se coloquen en la parte de adelante en sus conciertos.
A pesar de que había algunos hombres muy cerca del escenario al principio de la presentación, el lema del grupo tomó forma por sí mismo y tan solo iniciado el concierto se armó un “pogo” conformado en su mayoría por mujeres.
Kathleen Hanna, la vocalista principal, y sus compañeras desafiaron convenciones con cada canción, y le transmitieron al público una sensación de empoderamiento al bailar con desenfado sobre el escenario; y es que Bikini Kill es más que una banda que se divierte en el escenario, capaces de sorprender al público al intercambiar instrumentos entre ellas, algo inusual en presentaciones en vivo.
La música de Bikini Kill, más allá de la diversión, es un espacio para que las mujeres alcen la voz y reclamen un lugar en la historia de la música, dentro de una sociedad en la que en muchas ocasiones suelen ser silenciadas. Ahí estaban, sobre el escenario, encarnando el grito de protesta que las identifica y que reclama por un mundo más justo y equitativo.

El gesto de una asistente que levantaba un cartel con las palabras «With Bikini Kill’s music, I feel myself» (Con la música de Bikini Kill me siento yo misma”) graficó esta conexión de sororidad y la inspiración que la banda ofrecía a su audiencia, hecho que no pasó desapercibido para la vocalista del grupo, quien respondió con un gesto de agradecimiento, en reconocimiento a la conexión que el grupo estableció con la audiencia.
De esta manera, Bikini Kill ofreció música y una voz para desafiar el status quo en un espacio que busca la igualdad de género. No faltaron clásicos como “Feels Blind” o “Don’t need you” que remarcan el hecho de que las mujeres no necesitan a un hombre para sentirse aceptadas.

De repente, la banda salió del escenario para tomar un respiro y volver para tocar sus dos últimas canciones. Kathleen Hanna y compañía parecían no estar cansadas después de una hora de música casi ininterrumpida.
El concierto terminó con su canción más icónica: «Rebel Girl” que fue coreada por casi todo el público en lo que fue un acontecimiento cultural cargado de energía y significado para los asistentes, un grito de autenticidad y de empoderamiento femenino, un desafío a las normas patriarcales y una comunidad de resistencia.
Kathleen se despidió con un “We’ll see you next time”, con la promesa de regresar y, una vez terminado el concierto, los asistentes se quedaron conversando y compartiendo la experiencia de haber visto a esta banda de punk en lo que fue una noche de júbilo.
Al salir del local, un par de chicas vendían fanzines en el suelo, nada más acorde a lo que se acababa de vivir, pues un fanzine es una publicación fotocopiada que simboliza la autogestión, un medio que surgió junto al punk para que las personas pudieran expresarse sin necesidad de pasar sus ideas, dibujos o poemas por una editorial y sin temer a la censura.
El concierto de Bikini Kill no solo fue un evento musical, fue un recordatorio poderoso de la importancia de la resistencia, la solidaridad y la lucha por la igualdad.

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