De lograr una presea de bronce en el campeonato mundial de su disciplina a sufrir la infección por covid-19 junto a toda su familia, Leonardo Sánchez Laura (25), entrenador físico y seleccionado nacional de Kung Fu, detalla el giro que significó la pandemia en su vida y cómo la fe y su deporte lo ayudaron a sortear sus desventuras.

Un año brillante como antesala
El 2019 fue un año dorado para Leonardo Sánchez, maestro principal del taller de Kung Fu de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y seleccionado nacional de dicha disciplina. Tras varios años de esfuerzo incesante, consiguió la clasificación al 8vo Campeonato Mundial de Wushu -también conocido como Kung Fu-, celebrado durante el mes de octubre en las alturas del monte Emei, en China.
Aquello fue para él un logro de ensueño, ya que, además de ser nuevo en competencias de tal envergadura, el destino era la cuna del deporte que practicaba desde niño. Sin embargo, antes de representar al Perú, Leonardo tuvo que sortear un gran obstáculo: el viaje a Beijing era muy costoso.
A diferencia de otras federaciones, no iba a ser cubierto por la Federación Deportiva Peruana de Kung Fu (FDPKF) para ninguno de sus deportistas clasificados. En lugar de resignarse por las limitaciones económicas, su familia organizó una pollada que le permitió conseguir el dinero que necesitaba para su viaje.
De ese modo, pudo unirse a tiempo al resto de su delegación deportiva. Una vez juntos, no solo cumplieron sus ilusiones, sino que también lograron la hazaña de situar al Perú entre las diez mejores selecciones del Kung Fu a nivel mundial.

Tiempos de tempestad, fe y resiliencia
Hoy, dos años después de aquella proeza, confinado en su casa debido a la pandemia, Leonardo recuerda el mundo antes del coronavirus con la esperanza de volver a pisar pronto un salón de Kung Fu y con una fe inquebrantable que lo anima a seguir viviendo de lo que más ama, el deporte.
Desde el inicio de la emergencia sanitaria, su situación familiar fue relativamente estable. Leonardo continuó entrenando en su sala, dictando clases virtuales de artes marciales y encargándose de las compras del hogar. El resto de su familia también se adaptó sin mayores sobresaltos a la nueva realidad.
Por desgracia, un mes después el virus llegó a su hogar. Casi todos sus familiares cayeron contagiados, suspendieron sus actividades cotidianas y, al poco tiempo, presentaron cuadros severos de la enfermedad, al punto de que dos de ellos tuvieron que ser internados de emergencia.
El joven deportista fue llevado al Hospital Dos de Mayo y su madre al hospital temporal para pacientes con Covid-19 instalado en la Villa deportiva de San Juan de Lurigancho. Afortunadamente, todos pudieron restablecer su salud; sin embargo, hasta hoy presentan secuelas físicas y psicológicas.
“La verdad, tuvo un fuerte impacto. Cuando me internaron mi cuerpo se debilitó mucho. Cuando me dieron de alta no podía subir las escaleras de mi casa sin agitarme. Cuando quise retomar de a pocos mis entrenamientos en casa, la enfermedad me había dejado tan débil que me comencé a lesionar”, recuerda Leonardo.
En el ámbito anímico, revela que en los primeros días de pandemia desarrolló cuadros leves de depresión y ansiedad, trastornos psicológicos que jamás pensó conocer, pues el deporte funcionaba también como un medio de catarsis.
La soledad y nostalgia suscitadas por el radical cambio producido por la pandemia lo entristecieron profundamente. Perdió las ganas de entrenar porque no compartía tiempo con sus compañeros, quienes eran clave para su motivación.

En el ámbito laboral, la pandemia lo forzó a asumir el reto de adaptar sus clases de Kung Fu tradicional a plataformas virtuales como Zoom o Google Meetings. La dificultad fue doble considerando que debía preservar la calidad educativa, el seguimiento técnico a sus estudiantes y, sobre todo, su carisma, su sello distintivo como maestro.
Tras recuperarse físicamente de la enfermedad, Leonardo pensó en suspender sus clases y tomarse un año sabático para paliar las secuelas físicas y emocionales legadas por el virus. Sin embargo,el apoyo familiar y su fe católica afloraron a tiempo para evitar que desistiera de la enseñanza.
“Esta pandemia hizo que nos tengamos que adecuar a la situación. Mi padre también dicta clases de artes marciales y estuvimos viendo la forma de ayudarnos mutuamente”, señala el deportista.
En ese contexto, su acercamiento a la religión fue mucho más grande. “Dios fue pieza clave para superar estos momentos duros de enfermedad y me ha dado mucha paz y sanidad. Siempre me encomiendo a él en todos los momentos: al entrenar, al competir, al viajar. Le pido sabiduría y fortaleza”, explica el también maestro.
Un panorama duro, pero estimulante
La unidad vecinal de Matute, localidad donde reside Leonardo, es conocida popularmente como el “corazón de la Victoria” y del club Alianza Lima, cuya tradición se enraizó en dicha localidad a mediados del siglo pasado.
Fue fundada en un contexto social, político y económico sellado por múltiples cambios estructurales de la sociedad limeña impulsados durante el gobierno populista del dictador Manuel Odría (1948-1956).
Hoy, más de medio siglo después de su fundación, este barrio es considerado como uno de los más populosos, jaraneros y diversos de Lima, pero también uno de los más riesgosos respecto a la seguridad ciudadana.
Antes de la pandemia, la inseguridad era latente. La amenaza de la delincuencia estaba enquistada en Matute: asaltos a mano armada, tráfico de drogas, destrozos de las barras bravas de Alianza Lima hacia la propiedad pública y privada en los perímetros del estadio Alejandro Villanueva.
Hoy en día, la situación no ha mejorado. “Las medidas sanitarias no son tomadas en cuenta. Tampoco se respetan las normas que hay. La delincuencia nuevamente ha aumentado”, indica Leonardo.
Pese a todo, considera que la pandemia tuvo su lado positivo. El confinamiento estimuló su dinamismo, creatividad y avidez por nuevos proyectos y oportunidades. Uno de los más destacados es el dictado de clases de educación física a domicilio. Este emprendimiento le permite generar ingresos extra que suma a los que recibe como profesor de artes marciales.

El camino del dragón
Hoy en día, contemplando el atardecer desde su balcón, Leonardo sonríe. Los azotes del virus solo le dejaron un mayor temple, sensatez y prudencia. Sigue promoviendo la práctica del Kung Fu y del deporte en general, pues sabe que el ejercicio físico fortalece el cuerpo, lo revitaliza y lo resguarda de infecciones como la que él sufrió.
Tiene fe en que su salud se restablecerá y que, tarde o temprano, la pandemia será superada. Solo entonces, podrá volver a entrenar en la Videna, dictar clases en el taller de artes marciales de la UNMSM, competir para clasificar a más torneos internacionales y seguir ensanchando su palmarés.
El Kung Fu lo espera y, mientras tanto, él sigue preparándose para alcanzar su mayor deseo: “quiero devolverle la alegría al Perú en un futuro cercano”, concluye.
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