
El pasado domingo 16 de marzo, durante la madrugada, el mundo de la cumbia peruana vivió una de las peores tragedias de los últimos años: el cantante Paul Flores, miembro del reconocido grupo “Armonía 10″ y conocido artísticamente como “El Ruso”, murió a los 39 años de edad tras recibir dos impactos de bala, luego de haber recibido varias amenazas de parte de sicarios que extorsionaban a la agrupación exigiendo grandes cantidades de dinero.
Este trágico suceso dejó de luto al panorama musical peruano y expuso una vez más la escalada de violencia delincuencial que azota al país desde hace años, la cual no distingue clases sociales.

El asesinato de Paul Flores no solo trascendió en la prensa local e internacional, sino que también sirvió como detonante para nuevas movilizaciones sociales, expresadas a través de un fuerte activismo por redes sociales y, principalmente, la protesta denominada “Marcha por la paz”, convocada el viernes 28 de marzo.

Esta tragedia y las protestas multitudinarias que desató no se deben únicamente a la fama de la víctima, sino también a la crudeza del acto y la vesania de los delincuentes, reflejo de la grave crisis de seguridad ciudadana que asedia a la población peruana.
Estas movilizaciones también son reflejo del hartazgo, indignación y descontento de la población hacia sus autoridades, que han demostrado ineptitud y negligencia en su misión fundamental de garantizar la seguridad y vida de los ciudadanos.
En suma, no se trata únicamente del fallecimiento de un referente de la música nacional, sino del impacto simbólico que esto genera cuando la violencia le arrebata la vida a una figura querida por la gente.
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