
El humo de segunda mano representa un peligro para aquellas personas que no fuman. No existe un nivel seguro de exposición para este, y sus algunos de sus efectos pueden ser problemas respiratorios graves e incluso el cáncer.

El humo ambiental del tabaco combina dos tipos de emisiones: el humo exhalado por el fumador y el humo que proviene del cigarro encendido. A quienes están expuestas a este humo se les denomina fumadores pasivos y, al inhalar este humo, absorben nicotina y químicos tóxicos.
Según la American Cancer Society, no existe un nivel seguro de exposición al humo de segunda mano, pues pequeñas cantidades contienen 7 mil químicos, de los cuales 70 son cancerígenos. Esto eleva el riesgo de cáncer de pulmón, laringe y nasofaringe en personas que jamás han fumado.
El humo pasivo daña el corazón y los vasos sanguíneos, aumenta las probabilidades de
sufrir enfermedades cardíacas, apoplejías y ataques al corazón.
Los niños son especialmente vulnerables, ya que la exposición al humo les puede provocar bronquitis, neumonía, sibilancias, tos persistente y otitis. También puede desencadenar o empeorar el asma, lo que genera un impacto acumulativo en la salud infantil.
Mejorar la ventilación del hogar o separar fumadores de no fumadores no basta para evitar la exposición. Una mejor protección es prohibir fumar en interiores: hogares, autos y espacios compartidos.
Para enfrentar este riesgo se requieren determinadas acciones: establecer lugares completamente libres de humo, áreas para fumadores y promover políticas públicas que protejan a los más vulnerables a este humo. Proteger a los que no fuman es una responsabilidad tanto colectiva como individual.