La masividad de las siete bellas artes

Arte: Valeria Rodriguez

Existe una clasificación muy conocida en la historia de la cultura: las siete bellas artes. Desde la Antigüedad se buscó agrupar las expresiones artísticas que definían lo más alto de la creatividad humana. Primero estuvieron la música, la literatura, la arquitectura y la pintura; después la escultura y la danza; y en el siglo XX se incorporó el cine, cerrando así la lista. Este artículo no busca cuestionar si esta clasificación debería ampliarse para incluir nuevas expresiones artísticas, como el cómic o los videojuegos. Tampoco discutir  sobre la noción de “buen gusto”.

Lo que nos interesa es observar las siete bellas artes desde su grado de masividad y accesibilidad, desde cómo han llegado, en diferentes niveles, a grandes públicos a lo largo de la historia. Se trata de responder a la pregunta de por qué algunas artes son masivas y universales, mientras que otras se mantienen en un rango más limitado, llamado arte de culto o de nicho. Para ello, esbozaremos algunos comentarios sobre este tema que fácilmente podría dar para un libro entero de varios capítulos.

He podido identificar que la popularidad de cada arte depende de factores que se relacionan entre sí. Su evolución y desarrollo en el tiempo; el nivel de accesibilidad tecnológica o material; la posibilidad de consumo inmediato, su naturaleza colectiva o individual y la necesidad de educación estética previa para su disfrute.

Cine y música: el acceso inmediato

El cine y la música son las dos artes más universales de nuestro tiempo. Ambas han encontrado la posibilidad de multiplicar su alcance con el desarrollo tecnológico. Escuchar música desde un teléfono, en cualquier lugar del mundo, es un acto cotidiano que apenas exige esfuerzo. Lo mismo con una película en una plataforma de streaming, desde la cama o el sofá. Además, son artes que tienden a lo colectivo: escuchar una canción en una discoteca, cantar en un concierto o ver una película en una sala de cine refuerzan la dimensión comunitaria de la experiencia.

Ver películas en casa se ha vuelto algo cotidiano en los últimos veinte años.
La experiencia de ir al cine también es totalmente diferente a ver películas en streaming.
La experiencia de la música en vivo es una dimensión derivada de escuchar música. En la foto la banda de rock alternativo Pixies en concierto.

De la misma manera, pueden disfrutarse en soledad. La fuerza del cine y la música también radica en lo inmediato: la música atrapa a través de ritmos y melodías intuitivas, mientras que el cine combina imagen, sonido y narrativa en un formato envolvente y fácil de comprender. Sin embargo, también existen películas con narrativas complejas o composiciones musicales clásicas que exigen mayor paciencia y, a veces, formación para  poder disfrutrarlas.

La danza

La danza es un arte de gran potencia visual y corporal, pero menos masivo que el cine o la música porque requiere un mayor grado de interacción activa: la persona que baila participa de manera física, en vivo, y quien observa necesita cierta disposición estética para poder seguir el baile sin distraerse o desconectarse. La danza suele presentarse en espacios como teatros o salones, por lo que no puede tener la misma expansión digital que el cine o la música, aunque plataformas como YouTube y TikTok han permitido un resurgimiento popular de ciertos estilos.

Aun así, la danza exige del espectador algo más que simple pasividad como en la música y el cine: atención al gesto, al ritmo, al simbolismo. Esto la mantiene en una zona intermedia entre lo masivo y lo de culto.

Anuncio promocional de un espectáculo de ballet.

La literatura

La literatura exige que el espectador, en este caso el lector, tenga una participación más activa: el lector debe imaginar, abstraer y reconstruir mentalmente lo narrado. Es todo un trabajo mental. La diferencia con el cine es clara: ver una película puede ser una experiencia pasiva, mientras que leer una novela requiere concentración, paciencia y, a veces, formación previa, y cierto vocabulario adquirido

Por ello, quizá la literatura nunca alcanzará la masividad del cine o la música, ya que es una experiencia individual e introspectiva, menos inmediata y más demandante.  Sin embargo, hay casos como las novelas románticas o las grandes sagas como Harry Potter que logran un grado de masividad mayor. En estos casos influye mucho el marketing y la realización de material individual que convierte a los libros en merchandising.

Ejemplar de la monumental novela de Fiodor Dostoievski “Crimen y Castigo”. Con más de setecientas páginas de literatura psicológica, puede resultar un esfuerzo grande.

Pintura y escultura

Durante siglos, la pintura tuvo una función social y documental: retratar escenas de la vida, representar lo divino y lo histórico, y en general suplir la necesidad que luego cubriría la fotografía. Con la llegada de esta última, la pintura pasó a ser también una búsqueda estética y subjetiva, un medio para expresar mundos interiores. La escultura, por su lado, pasó de esculpir monumentos para plazas y realizar bustos de personalidades importantes a experimentar con las formas a un nivel más personal.

El jardín de las delicias – El Bosco
Esculturas de Joan Miró

Por otro lado, tanto la pintura como la escultura dependen en gran medida de la experiencia presencial. Aunque existen museos virtuales, ver una pintura  de Van Gogh o una escultura de Miguel Ángel en una pantalla es diferente a ver las obras originales. Esto limita su masividad en comparación con las artes reproducibles.

Además, como indicó  el sociólogo Pierre Bourdieu, ambas demandan un código para ser plenamente apreciadas, apreciar el arte muchas veces puede requerir de una formación académica, cierto nivel de bagaje cultural para poder entender y disfrutarlas e influencia de los padres.

La arquitectura

La arquitectura surge de una necesidad práctica: construir espacios habitables. Pero pronto incorporó la búsqueda de la belleza y la armonía. Ya en los tratados de Vitruvio, los tres principios rectores eran claros: utilitas, firmitas, venustas (utilidad, firmeza y belleza).

A diferencia de otras artes, la arquitectura es imposible de “evadir”: todos habitamos espacios diseñados. Sin embargo, su disfrute estético requiere un nivel de formación que la mayoría no tiene. La gente vive en edificios, camina por plazas, pero pocas veces reflexiona sobre la proporción, la armonía o la innovación arquitectónica. Por ello, la arquitectura es a la vez universal, pues todos la experimentamos a diario, pero para apreciarla como arte en sí misma se requiere de formación académica.

Catedral de Milán, Italia.

Accesibilidad, esfuerzo y gusto adquirido

El grado de masividad de las siete bellas artes no parece depender de su valor intrínseco, sino de factores como la posibilidad de replicar el arte digitalmente, la accesibilidad tecnológica, la inmediatez de consumo y el nivel de esfuerzo que exigen. Las hay que demandan menos preparación cognitiva (música, cine) y son naturalmente más populares. Hay aquellas que requieren formación estética, paciencia o un contexto interpretativo (literatura, danza, pintura, escultura, arquitectura), por lo cual tienden a quedar en círculos más reducidos.

Esto no implica que unas sean inferiores a otras. Simplemente, el gusto por un arte puede ser un gusto adquirido, producto de la educación y la exposición a ese arte.  Un espectador puede emocionarse con una película comercial, mientras otro encuentra la misma intensidad en un cuadro renacentista o en un poema complejo.

La verdadera diferencia no está en la jerarquía de las artes, sino en pensar la posibilidad de poder formarse una sensibilidad cultivada. Al final, esta diferencia no es más que respecto al acceso a otras artes. Quien se ha entrenado para apreciar la danza, la literatura o la pintura las adquiere como parte de sus actividades cotidianas; quien nunca ha tenido acceso, las verá difíciles o aburridas.

Pero vale la pena recordar que las artes, en cualquiera de sus formas, pueden ofrecer algo valioso a la vida de las personas. No necesariamente nos hacen mejores ni más virtuosos, pero sí nos invitan a ampliar los horizontes desde los que entender el mundo, a descubrir nuevos aspectos emocionales o intelectuales de nosotros mismos y a enriquecer nuestra experiencia de lo humano.

Nicolás Moreno

Bachiller en Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Redactor periodístico de Departe.

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